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Bailey Gutiérrez, Alberto

Domingo 27 de marzo de 2016, por Tatiana Alvarado Teodorika

D. Alberto Bailey, antiguo secretario de la ABL.

Nació en La Paz el 17 de diciembre de 1929. Falleció el 31 de enero de 2019.

Partició en varios directorios de la ABL ocupando distintos cargos. A la corporación se incorporó como miembro de número el 23 de abril de 2008 ocupando la silla con la letra “j”. Su discurso de ingreso, respondido por D. Mario Frías Infante, tituló “Del Prometeo de Esquilo a la Prometheida de Tamayo”. Actualmente es secretario de la Academia.

Realizó estudios primarios y secundarios en el Colegio San Calixto de La Paz. Fue licenciado en letras y humanidades clásicas (Córdoba, Argentina, 1951); licenciado en filosofía (Barcelona, 1954); y realizó estudios de postgrado en ciencias sociales (Oxford, 1955), y periodismo (Nueva York, 1964 y École Supérieure de Journalisme, París, 1996). Obtuvo título de periodista profesional (La Paz, 1976).

Ejerció cátedra en la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz: de Filosofía (de 1956 a 1959) y de Sociología (de 1969 a 1970); en México: sobre Periodismo (de 1971 a 1993), siendo profesor titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (Sociología de la comunicación, de 1978 a 1983 e Introducción a la sociología, de 1977 a 1984).

Cumplió en Bolivia los cargos de columnista, jefe de redacción y gerente de Presencia (de 1956 a 1969 y de 1987 a 1993). También fue subdirector de Signo: Revista boliviana de cultura (de 1956 a 1969); Ministro de Información y Cultura (de 1969 a 1970); director de Información y Extensión Universitaria de la UMSA (de 1970 a 1971); Secretario Nacional de Cultura (de 1993 a 1997); Secretario Ejecutivo de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia y Director editorialista de la Revista Cultural correspondiente.

Asimismo, cumplió funciones como Miembro del Tribunal de Honor de la Asociación de Periodistas de La Paz (de 2002 a 2003). En México, fue director para nuevos programas en periodismo y comunicación (UNAM, de 1977 a 1979); asesor para circuito cerrado de televisión en periodismo, (de 1978 a 1980) y director de Participación Comunitaria e Información Municipal del Ministerio de Asentamientos Humanos (de 1976 a 1982); también fue jefe de Comunicación interactiva para la cultura y producción de televisión y jefe de Métodos de comunicación para seis museos (México, Suiza y España). Cumplió, finalmente, labores de asesor para el proyecto del Museo del Indio de la Smithsonian Institution (Washington, 1992), y otras actividades de consultoría para información interactiva y gestión cultural.

De 1978 a 1989 dictó conferencias y seminarios en instituciones y universidades de México sobre periodismo, comunicación, cultura, tecnología para museos, información interactiva, museografía y gestión cultural. De 1958 a 1992, por su labor periodística visitó todos los países de América, excepto Venezuela y El Salvador; también Malasia; Indonesia; Vietnam; Tailandia; Japón; China; Francia; Alemania; Inglaterra; España; Suiza y otros.

Escribió varios libros: Franz Tamayo: Mito y tragedia (2012); Horacio: Dos mil años de actualidad (2003) y Tiempo y muerte en la “Ilíada” (2003). Además, escribió el estudio introductorio y la traducción directa del latín de Odas (2001). Obtuvo varias distinciones: Sol del Perú en el grado de Gran Cruz (1970); Legión de Honor de México (1981); Legión de Honor de Francia (1997) y el Premio Nacional de Periodismo de Bolivia (2001).

Como uno de los pilares, que fue, del periodismo boliviano, Juan Carlos Salazar le dedicó un obituario en el periódico Página Siete, que fueron las palabras que pronunció el día del funeral, el 31 de enero de 2019:

Una oración para Kit

Un días antes de la partida de Alberto, entregué a la imprenta los originales de la historia de Presencia, un libro con el que la Fundación Para el Periodismo pretende rescatar la maravillosa experiencia de esa escuela de ética y periodismo que fue el diario católico, una experiencia de la que Alberto Kittredge Bailey Gutiérrez, Kit para sus amigos, fue uno de sus impulsores y baluartes, junto con otros periodistas de fuste, como Huáscar Cajías, Alfonso Prudencio (Paulovich), Juan Quirós, Armando Mariaca y Jaime Humérez.

Y, claro, en las semanas precedentes me tocó revisar los testimonios de esos pioneros, maestros del buen periodismo, y refrescar en la memoria la aventura de ese grupo de idealistas; recordar su lucha por la democracia, su lucha contra la corrupción, su lucha por la libertad de expresión en los peores momentos de la segunda mitad del siglo pasado, su lucha por la justicia social y, en fin, su incansable labor por dignificar al periodismo boliviano.

Entre los artículos que rescaté encontré uno que refleja muy bien el pensamiento de Kit. Lo publicó en febrero de 1992, con motivo del 40 aniversario del periódico, bajo el sugestivo título de: “Sobre viejas virtudes olvidadas”. Un cuarto de siglo después, ese texto mantiene plena vigencia.

Alberto lamentaba en él la falta de apego a principios que deberían ser permanentes e incambiables, como el culto a la verdad, la lealtad, la solidaridad, el respeto a la jerarquía de los valores que privilegia el servicio a los demás, es decir al país y a la sociedad, y la actitud que aquilata la calidad humana por encima de las palabras huecas.

Deploraba también el sentido caprichoso y subjetivo con que se difunde la verdad, la verdad política y cotidiana, distorsionada por el culto a la imagen; la verdad que es sustituida por los símbolos y la manipulación informativa, y criticaba a los grandes intereses que no presentan ni venden realidades, sino mitos disfrazados, alejados de la verdad.

En esa época no se hablaba de “posverdades”, pero Kit ya las señalaba como un mal a combatir. Y decía textualmente: “La solidaridad y el sentido de la justicia social han desaparecido de la biblia de los políticos, que acaparan el poder y el hacer, sustituyendo al hombre real que ha hecho la obra material y la cultura, y que la sigue haciendo en medio de penurias y sobrevivencia”.

Periodista, sociólogo, cientista político, filósofo y gestor cultural, Alberto fue ante todo un humanista, que, como todo hombre forjado en un ambiente de sólidos principios éticos y morales, sabía que los hombres no somos seres pasajeros, sino que venimos al mundo para dar testimonio. Y es lo que él hizo a lo largo de toda su vida: dar testimonio de sus ideas, de sus creencias y de sus convicciones.

Lo hizo no sólo desde el periodismo y la cátedra, sino desde el ejemplo del quehacer diario, aunque fue en el periodismo donde ejerció y desplegó su magisterio. Como Alejo Carpentier, pensaba que el periodismo es una “maravillosa escuela de vida”, y como Arthur Miller, que “un buen periódico es una nación hablándose a sí misma”.

Cuando recibió el Premio Nacional de Periodismo, recordó a Heráclito de Éfeso, quien, contra el pensamiento filosófico de su época que concebía el mundo como algo estático, eterno e inamovible, sostenía que el cambio es el motor del mundo y que el devenir es la esencia de las cosas: Todo fluye, todo muta, nada es permanente.

Kit decía que es verdad, que todo fluye, que el mundo cambia, que las sociedades cambian, y que los mismos medios han cambiado de manera espectacular con la revolución tecnológica.

Testigo de esos cambios, del vertiginoso paso del telégrafo Morse al internet, Alberto sostenía, sin embargo, que nuestra profesión no ha cambiado ni podía cambiar con la computadora y los celulares.

Si hay algo que debe permanecer –sostenía- son los principios éticos que nos rigen, los fundamentos que guían nuestro trabajo diario, a los que no es posible renunciar porque son la garantía que tiene la sociedad para acceder a una información libre e independiente.

“En los principios, en la filosofía que guía la vida y la responsabilidad del periodista, no hay lugar al retroceso ni puede ponerse al vaivén del mercado”, afirmó en esa ocasión, en diciembre del 2001.

Alberto era un hombre comprometido con su país y con su tiempo. Cuando juzgó que el compromiso que ejercía desde el periodismo debía llevarlo a la práctica, como única manera de ver realizados sus ideales, fue consecuente, con todos los riesgos que implicaba semejante paso.

No eludió la responsabilidad política –y ética- del tiempo que le tocó vivir. La historia juzga a los hombres por las consecuencias de sus actos, pero también por el coraje con el que enfrentan los desafíos que les presenta la vida.

Conocí a Kit cuando me iniciaba en el periodismo, a mediados de los 60. Yo no había cumplido los 20 años y me acerqué a él con el temor del principiante, porque él ya era una leyenda en la familia periodística. Me impresionó su rostro amable y su mirada dulce, su ternura en el trato. Tras el primer intercambio de palabras, yo ya lo estaba tuteando, no por falta de respeto –en esa época éramos muy cuidadosos de las formas-, sino por el efecto que transmitía su presencia y su conversación.

Salí de la vieja redacción de Presencia, ubicada en la Mariscal Santa Cruz y la calle Colón, con la imagen que se llevaba toda persona que hablaban con él por primera vez: la de un hombre entrañable, bondadoso y transparente. No le conocí ni un solo enemigo ni nunca escuché a nadie hablar mal de él. Era -como decía un colega- un “hombre consenso”, en torno a quien nadie discrepaba; un hombre noble y solidario.

Cuando asumió el Ministerio de Información y Cultura del gobierno de Alfredo Ovando Candia, tuve la oportunidad de conocerlo mejor. Por amistad, pero también por afinidad política, con un grupo de periodistas, entre quienes recuerdo a Jaime Humérez, José Luis Alcázar, Junior Carvajal y Andrés Soliz Rada, nos sumamos a su proyecto y nos convertimos en su equipo de trabajo.

Kit era una usina de ideas, una verdadera fábrica de iniciativas. Incansable, trabajaba 20 horas al día. Siempre fue así, no sólo en el trabajo político que le tocó realizar en su efímero pero trascendental paso por el gobierno. Si algo le caracterizaba era la alegría desbordante y el entusiasmo contagioso con el que emprendía sus proyectos, grandes o pequeños, en una actitud que convencía y arrastraba hasta al más escéptico.

Así lo recuerdan sus compañeros de Presencia. Para él no había imposibles. ¿Cómo que no hay dinero para papel?, preguntaba ante las dificultades que enfrentaba el periódico para sacar la edición diaria. Sin perder el tiempo en lamentaciones, se ponía manos a la obra y antes de la hora de cierre aparecía con las resmas necesarias para imprimir el diario. ¿Cómo lo hacía? Nadie lo sabe, tal vez sacrificando los ingresos familiares o empeñando su palabra.

La vida me dio la oportunidad de conocer y contar con la amistad de tres grandes hombres, tres grandes periodistas, del siglo XX boliviano: Marcelo Quiroga Santa Cruz, René Zavaleta Mercado y Alberto Bailey, pero fue Kit al que más cercano me sentí en el quehacer periodístico y del que más lecciones aprendí y mayor apoyo recibí durante mi carrera profesional.

Nunca olvidaré sus llamadas telefónicas de aliento después de cada ataque gubernamental –que fueron muchos- cuando dirigía el diario Página Siete.

Kit deja un gran legado al periodismo boliviano, no sólo como ejemplo de práctica de un periodismo de excelencia, sino –y sobre todo- como ejemplo de ejercicio ético de un oficio nacido para servir a la sociedad, porque, como él mismo sostenía, el mundo ha cambiado, pero las aspiraciones de justicia y libertad del hombre siguen siendo las mismas; porque la vocación de servicio al país, el derecho de todos a la información libre e independiente y la obligación que tenemos los periodistas de suministrarla al margen de presiones y amenazas, permanecen y no pueden caducar.

El discurso que pronunció al recibir el Premio Nacional de Periodismo resume muy bien su pensamiento y legado: “La democracia como bien irrenunciable de la convivencia –dijo en esa ocasión- tiene que ser firmemente defendida. Los derechos ciudadanos no pueden conculcarse. No estamos al servicio de grupos de poder político o económico sino al servicio del país y en todo caso al de los menos favorecidos de la sociedad. La ley es para todos y es preciso cumplirla. La búsqueda de la verdad insobornable es un mandamiento para nosotros”.

Gabriel García Márquez, otro gran periodista al que Kit gustaba citar, dijo alguna vez que “la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”. A Kit no lo olvidaremos nunca. ¡Adiós maestro!

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