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Academia Nicaragüense de la Lengua

Martes 11 de abril de 2017, por Tatiana Alvarado Teodorika

Décima sexta surgida en el continente americano (en el área centroamericana la precedían no solo la salvadoreña y la guatemalteca, ya citadas, sino la costarricense en 1923 y la panameña en 1925), la nicaragüense se estableció —según su decreto fundacional, publicado en La Gaceta, n.o 179 del 14 de agosto de 1928— “como correspondiente de la Real Española y Cuerpo Consultivo del Gobierno para todo lo relativo al fomento de la literatura y a la conservación y perfeccionamiento de la lengua nacional, que es la castellana o española” (art. 1). La Academia debía tener a su cargo “la formación de un Diccionario de provincialismos de las diversas regiones de Nicaragua” y, cada dos años, convocar uno o varios concursos, financiados con recursos estatales (art. 2). Su presupuesto se incluía en el del Ministerio de Relaciones Exteriores (art. 3) y tendría los siguientes “emolumentos mensuales”: para un secretario perpetuo: 100 córdobas; para un escribiente: 30 córdobas; para un portero: 15 y para gastos: 65” (art. 4). Se concedía a la nueva institución “el derecho de vigilar la administración interna de la Biblioteca Nacional” (art. 5) y su sede provisional sería la misma de la Biblioteca Nacional, “separando las habitaciones necesarias con el fin indicado” (art. 6).
Después de los fundadores, el primer académico de número incorporado fue el diplomático, historiador e ingeniero José Andrés Urtecho (1875-1938). La sesión tuvo lugar el 7 de junio de 1929.

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