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Miércoles 27 de abril de 2016, por
LENGUAJE Y ERA AUDIOVISUAL
RAÚL RIVADENEIRA PRADA (leer la biografía)
In principio erat Verbum
Pergeño este ensayo aguijoneado por múltiples voces de alarma ante la supremacía de la imagen en el mundo que nos ha tocado vivir; en este tiempo bautizado como la Era Audiovisual. Tan grande es el sobresalto que muchos piensan que el hombre del futuro será sordo y mudo para los sonidos del lenguaje, y, para colmo de males, analfabeto.
¿Es verdad que el lenguaje agoniza?
¿Sucumbirá la palabra, ahogada en el mar de mensajes audiovisuales?
¿Cuánto de realidad y cuánto de mito hay en todo esto?
Según estudios auspiciados por la UNESCO y publicados con la firma de Brigitte Gacha, "Se calcula que en el mundo entero ciento cincuenta millones de personas aprenden a leer todos los años, pero sólo uno de cada tres practicará regularmente la lectura. Las demás volverán al analfabetismo o, en el mejor de los casos, serán virtualmente no lectores. Este abandono del mundo de la palabra escrita es un problema en los países industrializados donde apunta la llamada era post-libresca y en los cuales los medios de comunicación audiovisual constituyen la excusa, y tal vez la causa, de un nivel mínimo de lectura. Pero, para los países en desarrollo, donde vive la inmensa mayoría de la población mundial, y ochocientos un millones de los ochocientos veinticinco millones de analfabetos, se trata de un despilfarro de los por sí escasos recursos y un obstáculo a todo el proceso de desarrollo que es preciso resolver prioritariamente"(1).
Otro dato ilustrativo, de la misma fuente: "...en el mundo industrializado, hay anualmente cerca de diez libros al alcance de cada lector potencial mientras que en los países en desarrollo la cifra es inferior a un título por persona (0.54, exactamente)” (2).
El escritor italiano Alberto Moravia ha titulado a su última novela, publicada este año, El hombre que mira. En ella, el novelista advierte, a tiempo de expresar su total rechazo al armamentismo, sobre los peligros de una guerra nuclear y sus horrorosas consecuencias. Los personajes de esta obra son seres enmudecidos. No callan por prudentes o sabios, tampoco guardan el silencio melancólico del taciturno, y en nada se parecen al pensador que describe Unamuno con estas palabras: “Silencioso y pensativo caminaba el sabio en busca de una idea grande". Nada de eso, simplemente son hombres y mujeres enmudecidos porque han perdido el don de la palabra o están a punto de perderlo, como las “cantoras aves, enmudecidas por la cítara invisible...” del verso de Fray Luis de León. La “cítara invisible” es para los personajes de Moravia un permanente mirarse y ser mirado y un constante oír sonidos que no son los del lenguaje.
En una entrevista con el corresponsal de Inter Press Service en Roma, Alberto Moravia decía: “Vivimos en la era de la imagen. Los medios de comunicación a través de imágenes se apropian del espacio que en un tiempo estaba consagrado al lenguaje hablado y escrito” (3).
El académico boliviano Renán Estenssoro Alborta ha publicado hace poco el artículo La palabra escrita y la imagen, en que dice: “En nuestro tiempo, la imagen está sustituyendo a la palabra escrita. No pocas intelectuales creen que la humanidad ha llegado a un punto en el cual se transformarán sus medios de expresión cultural. Es decir, que somos espectadores del adviento de la imagen y la declinación del verbo” (4).
¿Es correcto hablar de una Era Audiovisual porque los medios que producen mensajes destinados simultáneamente a las percepciones visual y auditiva son relativamente nuevos? De la Era del Lenguaje, sí se puede estar seguro, no sólo porque la palabra tiene ya una larga historia, sino también porque subsiste y nada hace suponer que se extinga, a pesar de los malos vientos que soplan en su contra.
Quizá sea más aceptable —al menos por ahora, porque ¡quién sabe cómo serán los siglos siguientes!— decir que vivimos un fascinante momento de predominio de la imagen visual respecto del lenguaje hablado y escrito. Sin embargo, la denominación Era Audiovisual no ha de incomodarnos, si reconocemos sus limitaciones semánticas.
El momento actual puede ser descrito como el mundo electrónico circundante o el reino de los sistemas cibernéticos: un nuevo entorno comunicativo incrustado en la tradicional forma de comunicación oral y escrita. La base electrónica de esta era es la microelectrónica; sus principales productos son el videoteléfono, la alta definición de la imagen televisiva en grandes pantallas que da una sensación de tridimensionalidad; el satélite artificial, el teletexto y el vídeotexto; el cine en todas sus versiones modernas, el correo electrónico, el procesamiento de la palabra (en esta materia, Bert Cowlan informa que, con el uso de la fibra óptica de conducción láser, el laboratorio Bell ha logrado últimamente transmitir en un segundo una cantidad de palabras equivalentes al contenido de treinta volúmenes de una enciclopedia, y sin errores, a una distancia de ciento diecinueve kilómetros) (5); el vídeo disco, el vídeo casete, la traducción automática, la reproducción automática de sonido e imagen, la fotografía computarizada, los juegos y pasatiempos; las máquinas de enseñar, los robots-niñeras y muchas otras maravillas más.
Estos y otros componentes de nuestro entorno comunicativo forman parte esencial de la llamada “cultura de masas", frente a las denominadas “cultura elitista” y “cultura popular”, una forma de vida adecuada o moldeada por los medios masivos de fabricación industrial; cultura de masas labrada en la mentalidad del consumo.
Que aquellos adelantos se empleen en Europa, los Estados Unidos de América o la Unión Soviética no tiene nada de extraordinario porque en esos países ya han sido superados, en gran parte, los problemas del hambre, la educación y la salud pública, pero es sorprendente la contemporaneidad de dichos instrumentos con formas de vida atrasadas en varios siglos y que corresponden al llamado Tercer Mundo.
En Bolivia, la India, Gabón, Guatemala o Afganistán aún se usa el mechero de grasa animal para alumbrar la choza donde un televisor transistorizado puede recibir emisiones vía satélite. El arado egipcio comparte su ámbito temporal y espacial con la calculadora electrónica activada por una minúscula batería. Los jets supersónicos y los cohetes de cabeza nuclear vuelan por encima de aldeas que desconocen la energía eléctrica, el agua potable y la posta sanitaria, cuyos pobladores jamás han tenido noticia de la existencia de las Naciones Unidas o del conflicto árabe-israelí e ignoran por completo —esta puede ser una bendición— los peligros de la guerra nuclear. Bueno, pero este es un problema que compete a sociólogos, políticos, filósofos e investigadores de las relaciones entre la sociedad y el desarrollo de las tecnologías y las ciencias.
Volvamos sobre el escalofriante vaticinio de la muerte del lenguaje. ¿En qué se funda esta apocalíptica sentencia?
He aquí algunos argumentos:
1. “ Las comunicaciones han configurado sistemas de vida comparables a galaxias: la Galaxia Gutenberg con el dominio de la palabra impresa; la Galaxia Marconi, donde imperan la radiodifusión y la televisión, y la Galaxia Von Neumann, reino de la cibernética y los servomecanismos como la computadora (6).
Los medios de comunicación y los instrumentos de la Galaxia Von Neumann modelan al “homo electronicus” que reemplazará al “homo alphabeticus", especie destinada a extinguirse, como los seres antediluvianos.
2. El hombre moderno está más expuesto a los medios electrónicos que a los mensajes impresos, exceptuando las revistas gráficas de todo tipo y la preferencia actual por la pornografía.
Según Melvin A. Goldberg (7), más del noventa y ocho por ciento de los hogares en Estados Unidos de Norteamérica tienen aparatos de televisión. En 1984, se han registrado aproximadamente ochenta y cuatro millones de receptores de los cuales el setenta y cinco por ciento son de color y el veinticinco por ciento de blanco y negro. El ciudadano común pasa más de siete horas diarias ante el televisor y, si esto se toma proporcionalmente, significa que un tercio de su vida transcurre en contacto con las imágenes y los sonidos del televisor. Si añadimos el tiempo que el hombre moderno emplea en los juegos electrónicos, en escuchar música o los ruidos de moda que buscan parecerse a la música; si agregamos el tiempo destinado al cine y a otras actividades similares, podemos comprobar que nuestros contemporáneos, especialmente los que viven en grandes ciudades, invierten la mitad de su vida en comunicaciones audiovisuales.
3. Los sistemas educativos prestan ahora menor atención que antes a la lectura y escritura. Las clases de lenguaje son mayoritariamente rechazadas por los estudiantes, porque las consideran aburridas, complicadas e inútiles. A muy pocos jóvenes les agrada vérselas con ejercicios en los que deben identificar al pluscuamperfecto o distinguir en un párrafo metáforas y metonimias. Ni para qué hablar de la gramática generativa, de la glosemática, la semántica y la teoría de los signos. Todo esto suena a martirio.
4. ¿Por qué perder el tiempo aprendiendo a hablar y escribir correctamente, si para el consumo casero bastan unas cuantas palabras que lo simplifican todo? Y, ¿para qué molestarse en leer las noticias, una novela de Kafka o un libro de historia, si la televisión y el cine tocan esos temas de manera más fácil y entretenida?
5. Las lenguas cambian, se transforman y extinguen. Tenemos la experiencia de la fragmentación lingüística de la Romania y la desaparición del sánscrito. Abundan las formas dialectales y los vulgarismos; los argots crecen como cizaña; se simplifican las lenguas matrices. George Orwell previó la reducción del lenguaje a unas cuantas voces imprescindibles e imaginó la “Neohabla”.
A nuestros jóvenes les da pereza pronunciar palabras y frases completas. “Hola pá”; “hola má", simplifican los arcaicos “Buenos días, papá; buenos días, mamá”. Los medios audiovisuales reemplazan las expresiones emotivas por onomatopeyas, como en las películas de Batman y Robin, y las mismas onomatopeyas se representan por signos extra o paralingüísticos. En el uso del lenguaje oral, la disgregación del nombre viola a cada instante la regla semántica que impone dar a una cosa una denominación y ésta portar un solo significado. En México, la palabra: “cuate” sirve para designar al profesor y al alumno; al jefe y al subalterno; al comprador y al vendedor; al grande y al chico; al joven y al viejo. Entre nosotros, y creo que también en gran parte de Hispanoamérica “está chévere" reemplaza a "está bien”, “es muy bueno”, “me gusta", “lo acepto”, “me agrada", "es maravilloso", “estoy conforme”, etc.
Comunicación y lenguaje
El Diccionario de la La Real Academia Española de la Lengua admite la 6ª acepción de lenguaje, en sentido figurado, como un “conjunto de señales que dan a entender una cosa. El lenguaje de los ojos, el de las flores...”
En sentido estricto, según Joseph Bram, lenguaje es “un sistema estructural de símbolos vocales arbitrarios con cuya ayuda actúan entre sí los miembros de un grupo social” (8).
Edmundo Carpenter y Marshall McLuhan publicaron en Toronto, entre 1953 y 1957 el periódico especializado “Exploraciones”, subvencionado por la Fundación Ford. En él, sostuvieron la idea de que cualquier medio de comunicación: gestual, telegráfico o artístico puede considerarse como un lenguaje. Desde entonces, se ha extendido tanto el uso de esta palabra que se habla libremente del "lenguaje de la música", “lenguaje de la pintura”, "lenguaje del cuerpo” y de otros “lenguajes”.
Dicha extensión ha traído, igualmente, la ampliación del significado de la semántica a todo signo lingüístico y no lingüístico, provocando un pleito hasta ahora no dirimido entre lingüistas y semiólogos. Pierre Guiraud y una legión de lingüistas defienden la tesis de que la semántica es el estudio del sentido de las palabras. “Expresiones al estilo de ‘lenguaje de la música’ o ‘semántica de la pintura’ son metáforas”, dice Guiraud (9), aunque admite legitimidad en el uso de la expresión ‘semántica del blasón y de la misa’, “por ser semántico todo lo que concierne al sentido de los signos convencionales mediante los cuales expresamos ideas a fin de comunicarlas" (10).
A pesar de que se ha puesto de moda recientemente, la semiología o “ciencia general de todos los sistemas de comunicación” mediante señales signos o símbolos, como la define Georges Mounin (11), tiene ya una edad respetable, muy próxima a cumplir su tercer centenario, desde que fuera formulada por John Locke, en 1690, dentro de la clasificación de las ciencias, en su famoso ensayo, con el nombre de Doctrina de los signos.
En los tratados de comunicación, figura Charles Sanders Peirce como el padre de esta ciencia a la que diera el nombre de Teoría general de los signos, a fines del siglo pasado, en la misma época en que Ferdinand de Saussure redactaba su Curso de Lingüística y apuntaba: “La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparable a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales militares, etc., etc. Sólo que es el más importante de todos esos sistemas. Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la psicología general. Nosotros la llamaremos semiología (del griego ī ‘signo’). Ella nos enseñará en qué consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan" (12).
La necesidad histórica y cultural hizo que Peirce y De Saussure crearan la semiología al mismo tiempo, pero por separado, pues ninguno de ellos tenía noticia de los proyectos del otro. Trabajaron en lo mismo, tal vez inspirados en la brillante clasificación de Locke. Una coincidencia feliz que recuerda la invención del teléfono en la que tienen igual mérito el alemán Juan Felipe Reis y el escocés Alejandro Graham Bell.
Desde las construcciones teóricas de Peirce y de Saussure, hasta nuestros días, la semiología ha avanzado a pasos gigantescos y ha contribuido al desarrollo de las ciencias de la comunicación tanto como lo han hecho la psicología, la antropología, la ingeniería y otras.
A propósito de la relación lenguaje-comunicación, Alfred Smith opina: “La comunicación supone la transmisión de informaciones por medio de signos. La forma más conocida de comunicación humana es la verbal. Sin embargo, la expresión oral porta solamente una pequeña parte de la información que la gente emplea diariamente para sus interacciones. La totalidad del sistema de comunicación está basada en muchos otros signos no verbales, por ejemplo las señales kinéticas referidas a movimientos corporales" (13). Cierto, muy cierto. Y esto se puede comprobar con una llamada telefónica. Los intercomunicantes no tienen ningún otro instrumento para interactuar que no sea la palabra hablada. No pueden saber qué está ocurriendo realmente al otro lado de la línea; ignoran cómo está vestido el otro, cuál es su verdadero estado de ánimo, cómo son sus reacciones faciales... y todas estas carencias se suplen con débiles señales de entonación de la voz, redundancias y otros recursos que dependen de que la transmisión sea nítida —nunca lo es del todo— o recurriendo a las adivinanzas y una que otra inferencia, también dependiente de la palabra hablada.
La comunicación es algo más que el lenguaje oral, no hay discusión al respecto, pero su existencia sería muy precaria sin la lengua; en cambio, ésta existe desde tiempos inmemorables y no ha necesitado de las formas del arte visual ni de la máquina fotográfica ni de las cámaras de cine o televisión para sobrevivir.
Parece que arribamos al punto principal de estas reflexiones: el alarmante o alarmista anuncio de la muerte del lenguaje oral y escrito.
Entre quienes suscriben la sentencia que condena al lenguaje a la pena capital, citemos al juez más severo: Herbert Marshall McLuhan. Según el comentario de Dwight Mac Donald, “...el doble salvaje de McLuhan es un modelo más avanzado que el de Rousseau ya que está equipado con computadora y otros artefactos electrónicos que le permiten prescindir de la escritura e incluso del habla para comunicarse” (14).
Brigham Young soñaba con “el tiempo en que la punta del dedo o el movimiento de la mano sirvan para expresar todas las ideas sin necesidad de la expresión verbal”.
En su obra La comprensión de los medios como las extensiones del hombre, McLuhan predice, con una firmeza que rebaja al Oráculo de Delfos a la triste condición de horóscopo de feria, “la unidad universal" en una sociedad sin palabras; un paraíso prometido por las maravillosas computadoras. Oigámoslo en este párrafo: “Nuestra tecnología eléctrica, que prolonga nuestros sentidos y nervios en un abrazo global, encierra grandes implicaciones para el futuro del lenguaje. La tecnología eléctrica no necesita de palabras del mismo modo que la calculadora electrónica digital no necesita de números. La electricidad señala el camino a una prolongación, a escala mundial, del proceso de lo consciente en sí y sin verbalización de ninguna especie. Este estado de conciencia colectiva puede haber sido el estado pre-verbal del hombre. En cuanto es tecnología de la prolongación humana, el lenguaje, cuyos poderes de separación y división conocemos tan bien, pudo haber sido la “Torre de Babel” que los hombres intentaron levantar para escalar los cielos más elevados. Hoy en día, las computadoras electrónicas encierran la promesa de brindarnos un modo de traducción inmediata de cualquier clave o lenguaje a otro lenguaje o clave. Dicho en dos palabras, la computadora promete, por conducto de la técnica, un estado de gracia de comprensión y unidad universales. Parecería que el siguiente paso lógico habría de ser no el traducir sino el prescindir de los lenguajes prefiriéndoles una conciencia cósmica general que, muy probablemente, podría ser el inconsciente colectivo en el que soñaba Bergson. La condición de ‘carencia de peso’ que los biólogos dicen que encierra la promesa de una inmortalidad material, podría coincidir con un estado carente de habla que pudiese concedernos, a perpetuidad, la armonía y la paz colectiva” (15).
He aquí el motivo de alarma para algunos; la promesa del paraíso para otros: No llegaremos al Edén por la fe religiosa, en recompensa por nuestras buenas acciones, por la remisión de culpas y el perdón de los pecados por la bendita gracia de Dios, sino merced a los poderes electrónicos de la nueva diosa llamada computadora. Ella nos conducirá al reino de la paz eterna, del gozo infinito. Las oraciones, ya innecesarias, son cosas del pasado, por lo tanto inútiles. En cambio, la comunicación con la computadora es más práctica, eficaz y rentable que la comunicación con Dios y con los hombres a través de la palabra hablada y escrita.
En el nuevo Olimpo de la electricidad moran otros dioses: Pascal , el primer inventor de la suma automática de dos números; Leibnitz, que imaginó la primera multiplicadora; Thomas, por su aritmómetro; Edison, inventor de aparatos eléctricos, y Von Neumann, creador y constructor de las computadoras ENIAC (Electric Numerical Integrator and Computer) y MANIAC (Mathematical Analyser Integrator and Computer). A McLuhan le parece insuficiente que la historia de la ciencia haya reservado lugares de privilegio para los mencionados sabios. Siguiendo su teoría, debemos postrarnos agradecidos de vivir rodeados de computadoras, televisores y todo artefacto eléctrico inventado y por inventarse, porque ellos nos librarán del infierno de la palabra y nos llevarán a los cielos electrónicos: la tierra prometida de la Bell Telephone; de la ITT, de la Sony, de National y Mitsubishi; de la IBM y las grandes cadenas y consorcios de fabricantes de aparatos audiovisuales.
La llamada cultura visual es posterior a la cultura oral. Durante milenios, la imagen se ha identificado con las cosas del mundo y configurado una mentalidad mágico-religiosa. El número de imágenes por habitante en la cultura oral era escaso. La primera evolución de la imagen acústica a la visual parece pasar de la sociedad nómada a la sedentaria. La sociedad mercantil e industrial multiplica las imágenes y fomenta el intercambio cultural, así como la comparación de imágenes. Los valores antiguos reciben agregados: calidad del material, tiempo en el que fueron elaborados, distinción del trazo, y contribuyen de este modo al desarrollo del sentido artístico, ligado al sentido histórico del icono.
Descartes demostró que el pensamiento es anterior a la escritura, pero la palabra es anterior a ambos. En esto radica el fundamento del racionalismo cartesiano.
En el cristianismo, primero está Dios, eterno, fuente originaria de todas las cosas y de !a primera manifestación verbal: Fiat lux, en el instante mismo de la creación.
Sócrates, en el diálogo Cratilo o del Lenguaje, indaga los orígenes de la palabra. Dice: “Los que nombran hablan”, "El que quiere nombrar tiene necesidad de lo que es preciso para nombrar” (16) (la palabra). Sostiene que la propiedad de los nombres se funda en la naturaleza.
Para Max Black, “...la concepción dominante de la naturaleza del lenguaje era simple y sin vueltas. Hacía hincapié en la comunicación del pensamiento, desdeñando la de los sentimientos y actitudes; ponía el acento en las palabras y no en actos lingüísticos contextuales; suponía una distinción tajante entre el pensar y su expresión simbólica" (17).
En efecto, el lenguaje expresa no sólo los pensamientos; si así fuese, su función sería extremadamente limitada. En esto, hay acuerdo entre las diversas corrientes de la comunicación.
La lengua transmite también hechos no cognoscitivos. Georges Mounin asigna al lenguaje siete funciones básicas. A saber; 1a. De comunicación. 2a. Expresiva-emotiva. 3a. Apelativa. 4a. De elaboración del pensamiento. 5a. Estética o poética. 6a. Metalingüística y 7a. Fática (mantener la sensación de contacto acústico) (18).
Volvamos en este punto a De Saussure: “Psicológicamente, hecha abstracción de su expresión por medio de palabras, nuestro pensamiento no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han estado siempre de acuerdo en reconocer que, sin ayuda de los signos, seríamos incapaces de distinguir dos ideas de manera clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es como una nebulosa donde nada es distinto antes de la aparición de la lengua” (19).
En cambio, para Benveniste, “pensar y hablar son dos actividades distintas por esencia, que se conjugan por la necesidad práctica de la comunicación” (20). Pero, a continuación, agrega: “La forma lingüística es, pues, no solamente la condición de transmisibilidad sino, ante todo, la condición de realización del pensamiento” (21).
Mas, en rigor de verdad, diremos que no siempre hay una feliz ejecución del pensamiento a través de la palabra hablada. Pensar y hablar; hablar y pensar, he aquí cosas diferentes que la realidad se encarga de comprobar todos los días. A menudo tropezamos con algunos de nuestros semejantes que primero hablan y después piensan. A veces, hablamos “por hablar" en un acto mecánico de articulación de signos, a la manera de los pericos. O informamos algo o mucho y entonces realizamos un acto lingüístico, pero, cuando hablamos para decir algo que mueva a la interacción humana, estamos frente al maravilloso acto de comunicación, y es aquí donde pensamiento y palabra llegan a complementarse y confundirse en una sola cosa.
Sigamos con Benveniste. Páginas más adelante, descritas ya las relaciones entre pensamiento y lenguaje, el citado autor declara: "En cuanto al papel de transmisión que desempeña el lenguaje, no hay que dejar de observar, por una parte, que este papel puede ser confiado a medios no lingüísticos, gestos, mímica, y, por otra parte, que nos dejamos equivocar aquí, hablando de un ‘instrumento’ por ciertos procesos de transmisión que, en las sociedades humanas son, sin excepción posteriores al lenguaje y que incitan el funcionamiento de éste” (22).
Acerca de que el lenguaje es uno entre varios sistemas de signos, oigamos la voz autorizada del semiólogo boliviano Luis Huáscar Antezana Juárez: “...el desarrollo de las investigaciones muestra con creciente certeza que el lenguaje hablado no es un sistema de signos como cualquier otro: es el sistema de signos por excelencia, es decir, no habría ’signos’ —no importa cuáles— que no implicarían, en última instancia, el lenguaje hablado como condición necesaria para su articulación primaria. Todo tipo de ‘signo’ supone una base, un fundamento, que es el lenguaje hablado. Se podría decir que toda significación pasa por el lenguaje hablado" (23).
Refuerza el criterio de Antezana Juárez el siguiente párrafo tomado de Elena Bértola: “Ha sido suficientemente reconocido que en toda percepción de imágenes visuales subyace un texto lingüístico. Ver es recorrer con la mirada y esa ‘lectura’ trae aparejada el desarrollo temporal de algún tipo —general o específico, consciente o inconsciente— de discurso lingüístico” (24).
Octavio Paz sostiene: “...hablar del lenguaje de la televisión o del cine es una metáfora: la televisión transmite el lenguaje pero, en sí misma no es un lenguaje. Cierto, puede decirse —de nuevo como figura o metáfora— que hay una gramática, una morfología y una sintaxis de la televisión: no una semántica. La televisión no emite sentidos: emite signos portadores de sentidos” (25).
Retornemos a McLuhan, a algunas frases suyas que se han difundido tanto y en todos los idiomas, como principales exponentes del pensamiento de su autor y de sus desconcertantes profecías. He aquí algunas:
Notas
1. PRESENCIA, periódico. La Paz, 17 de mayo de 1985.
2. Ibid.
3. PRESENCIA, periódico. La Paz, 30 de mayo de 1985.
4. PRESENCIA, periódico. La Paz, 16 de julio de 1985.
5. COWLAN, Bert An Overview of the future on Communications. Simposio internacional “Las comunicaciones en el año 2.000”. CIESPAL. Quito, noviembre de 1984.
6. MARCELO. Julián. De la Galería Gutenberg a la Galaxia Von Neumann. Revista Chasqui N“ 13. CIESPAL-Quito, 1985.
7. GOLDBERG, Melvin A. La televisión en el año 2.000. Revista Chasqui, No. 13. CIESPAL-Quito, 1985.
8. BRAM, Joseph. Lenguaje y sociedad. Ed. Paidós. Buenos Aires, 1967.
9. GUIRAUD, Pierre. La semántica, Pág. 12. Fondo de Cultura Económica. México, 1971.
10. Ibid, pág. 84.
11. MOUNIN. Georges. Introducción a la semiología, Anagrama. Barcelona, 1972. pág. 8
12 DE SAUSSURE, Ferdinand, Curso de Lingüística General, 19ª. Edición, pág. 60, Ed. Losada. Buenos Aires, 1979.
13. SMITH, Alfred. Comunication and Culture, Holt Reinehart Winston. Nueva York, 1966, pág. 119.
14. MAC DONALD, Dwight.” McLuhan, caliente y frío. (En “Stearn, Gerald Emmanuel y otros). Sudamericana. Buenos Aires, 1973, págs. 110-111.
15. MACLUHAN. Heber Marshall. La comprensión de los medios como las extensiones del hombre, Ed. Diana, 4ta. Edición. México, 1972; págs. 110-111.
16. PLATON, Diálogos, Ed. Porrúa. México, 1 973, págs. 249- 254.
17. BLACK, Max. El laberinto del lenguaje. Monte Ávila editores, Caracas, 1968, págs. 19-20.
18. MOUNIN, Georges. Claves para la lingüística. Ed. Anagrama. Barcelona, 1972, págs. 60-61.
19. DE SAUSSURE. Ob. cit., pág. 191.
20. BENVENISTE, Emile. Problemas de lingüística general, Ed. Siglo XXI, 3ra. edición. México, 1973, pág. 63.
21. Ibid. pág. 64.
22. Ibid. pág. 179.
23. ANTEZANA JUAREZ, Luis H. Elementos de semiótica literaria, Ed. IBC. La Paz-Bolivia, 1977, pág. 10.
24. BERTOLA A., Elena de y otros. Semiótica de las artes visuales. Ed. Centro de Arte y Comunicación. Buenos Aires 1980, pág. 72.
25. PAZ, Octavio. El pacto verbal (En Hombres en su siglo y otros ensayos). Ed. Seix-Barral, Barcelona, 1984, págs. 86-87.
26. DE SANTILLANA. Giorgio. El Concepto de Información en la Ciencia Contemporánea, Ed. Siglo XXI. 2da. Ed. México, 1970, pág. 20.
27. CULKIN, John. En Stearn. Op. Cit. pág. 77.
28. MAC DONALD. En Stearn, Op. Cit. pág. 282.
29. DUCROT y TODOROV. Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje,. Ed. Siglo XXI. 3ra. Edición. México, 1976. pág. 228.
30. Ibid. pág. 389.
31. MOUNIN, Georges. Ob. cit., pág. 44.
32. TOMATIS. Alfred. El oído y el lenguaje. Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1969, pág. 15.
33. FILEP, Robert. La televisión de doble vía y el satélite como instrumento educación intercultural. Simposio internacional. Las comunicaciones en el año 2.000. CIESPAL-Quito, noviembre, 1984.